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La muerte huele a hojarasca pudriendo
una acera otoñal:
blanda sobre llovido,
apaga los tacos de altivas (dudosas) señoritas.
El tiempo arruga el rostro,
gasta los ojos;
tiembla la mandíbula rellena
de moderno porcelanato.
El olor de la muerte se respira
al costado de la fosa.
Como primera dama,
la lluvia comprometida en películas y memorias.
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