viernes, 7 de octubre de 2011

Cuando entro a un baño, busco canas en mi negra cabellera. Llevo ventaja porque ya sé dónde, pero la cosa es que las encuentro.
Cuando veo a un chico que anda en bici por la vereda rápido, muy rápido, pienso que si sale alguien inesperadamente de algún lugar pueden colisionar.
Cuando veo un niño me emociono.
Cuando veo una vieja que se cayó en la calle pienso que no tendría que haber salido con esta lluvia, que el piso resbaladizo, que los huesos sin calcio, la cadera..., etc.
¿Cuándo me volví tan prudente?

Me preocupa mi salud bucal, pienso en el futuro, trato de tomar 2 litros de agua por día, duermo con medias (duermo con medias!!), me da miedo caminar por calles oscuras, pienso que tengo que evitar las galletitas dulces, las alturas me dan vértigo.

Veo a la vieja y pienso: yo no quiero llegar a eso. Le tengo pánico a la degradación física: las canas, las arrugas, las caderas (primero anchas; tiempo después, débiles), la panza, los dientes flojos, el culo móvil como un flan Ravana, los brazos fofos, los anteojos para ver de cerca.
Podría seguir, pero la cosa es que

la adultez se vino con todo.

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