Nada en el mundo me deprime como las fiestas. Y hablo de de cuanti, pero sobre todo de cuali: es una depresión muy específica. Es la depresión que nace de la obligación de festejar. No sé cómo, siempre me las arreglo para tener ganas de hacer otra cosa, de estar en otro lado. Y así van pasando las fiestas. Mañana va a ser como un domingo exacerbado y ya. Fin de las fiestas por un año. Algún día, voy a empezar a pasar el año nuevo con amigos y entonce
y entonce. Sonó el teléfono anunciando que llamaba "mejor amiga" justo cuando hablaba de los amigos. Y cuando uno está sólo en lo que siente, nada en el mundo lo puede cambiar. Es una soledad que no pasa por ningún lado. Que vive acá adentro mío y que se va a codear con mi alegría (se codean porque cuando se instala soledad no queda espacio para alegría, y viceversa) hasta el día en que me empiecen a gustar las fiestas. O hasta el día en que llegue con alguien a un entendimiento tal que me permita compartir esta soledad con ese alguien. Y creo que una soledad compartida, por definición, deja de ser soledad en el instante mismo en que se comparte.
No hay ya más nada potable que agregar. Me quiero ir a dormir hasta mañana. Porque hasta un domingo exacerbado es MUCHO mejor que un fin de año como el de hoy. En los domingos (exacerbados o no) se puede estar solo; en las fiestas no.
No hay comentarios:
Publicar un comentario