lunes, 18 de mayo de 2009


Quemaba el sol en la blanca
calleja de Maimará.
El añil del duro cielo
lucía su eternidad.
Alfombra tierna de flores
iba tendiendo el tuscal.
Mientras enero dormía
su siesta en el pedregal.

De pronto, mientras bullía
la abeja sobre el maizal,
el rojo sobre la alforja,
y bajo el cielo la paz,
por la calle larga, larga,
en un apretado haz
pasó la muerte callada.
Pasó la vida a la par.

Delante la cruz de palo,
sin nombre para nombrar.
Detrás los indios de bronce,
alcohol, silencio y pesar.
Cholas de viejas polleras,
manos de fogón y erial.
La vida llevando muerte
en un mismo caminar.

Muerte que pasas callada
por la siesta de cristal
con rezos de ojotas indias
sin pompas ni funeral.
¡Llévate esta flor siquiera,
mi copla y mi soledad,
y este cántaro de sueños
rotos en el pedregal!

Por la calle larga, larga,
un día me han de llevar
con cruz de madera indiana
sin nombre para nombrar.
Quiero un cortejo de coplas
y por tumba, el pedregal
¡Después... déjenme con ella,
con mi novia soledad!

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