"Durante diez o quince días seguí viviendo las horas, los días, con dejadez. Una tarde me estaba desvistiendo en el vestuario del instituto, cuando apareció Zaza. Nos pusimos a hablar, a contar, a comentar; las palabras se precipitaban sobre mis labios y en mi pecho giraban mil soles; en un deslumbramiento de alegría me dije: "¡Era a ella a quien echaba de menos!". Era tan radical mi ignorancia de las verdaderas aventuras del corazón que no había pensado en decirme "Sufro por su ausencia". Necesitaba su presencia para comprender la necesidad que tenía de ella. Fue una evidencia fulgurante. Bruscamente, convenciones, rutinas, clisés, volaron hechos añicos y me sentí sumergida por una emoción que no estaba prevista en ningún código. Me dejé levantar por esa alegría que me inundaba violenta y fresca como agua de las vertientes, desnuda como un hermoso granito."
-Simone de Beauvoir, Memorias de una joven formal
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